En esta época del año los árboles pierden sus hojas y su verdor, la energía que antes se concentraba en las hojas se recoge hacia las raíces para mantenerse durante los meses fríos. Las hojas de los árboles cambian y su color verde se vuelve amarillento hasta que se secan y caen.
Seamos como arboles dejemos caer, caer caer.
Si fuéramos árboles.
Por Patricia May
Si fuéramos árboles sabríamos que hay cuatro
estaciones y que ellas, inevitablemente, se suceden en el tiempo.
Tiempos primaverales de brotar y crear, de dar luz a flores y aromas, de sentir fuerte la
pujanza de la vida y entregar al mundo nuestra potencia y belleza
Tiempos de verano, de reposar en el logro del fruto, en tardes interminables de calor y
abejas y noches tibias de estrellas.
Tiempos de otoño, de marchitar nuestras certezas, de dejar ir lo que tanto nos costó
lograr, de incertidumbre, de soltar nuestros dorados, de despedirnos, de dejar
atrás.
Tiempos de invierno, de desnudez, de contacto interno, de silencio e inactividad, de vacío.
Si fuéramos árboles sabríamos que una y otra vez
transitaremos por las estaciones del tiempo y que si tenemos el valor de
vivirlas tal como son, tal como vienen, sin renegar de la creatividad de la
primavera ni del vacío del invierno, cada una de ellas nos dejará un regalo
de amor y conciencia. Así, cada ciclo nos traerá nuevas maduraciones y
ninguno será idéntico a los anteriores. Muchas veces viviremos alegrías o
dolores y que cada vez aprenderemos cosas nuevas, nos haremos más maduros,
sabios y amplios.
Si fuéramos árboles sabríamos que nuestra potencia
es la medida exacta entre la fuerza y la flexibilidad de doblegarnos entre los
vendavales, sabríamos que muchas veces será necesario tocar con nuestras ramas
el suelo y luego tener la pujanza para volver a levantarnos.
Si fuéramos árboles disfrutaríamos de lo que trae
cada día sabiendo que la vida es impredecible, fuente de creatividad
inagotable y no tenemos más que agradecer al cálido sol y a las tormentas.
Si fuéramos árboles, cada noche callaríamos
reverentes ante el misterio de las estrellas, nos pintaríamos plateados de luna
y honrados participaríamos con nuestra melodía del Gran Concierto de las
esferas.
Si fuéramos árboles, cada amanecer vibraríamos como
una cuerda sensible con la energía del sol y gozosos recibiríamos la energía
creativa de cada mañana.
Si fuéramos árboles sabríamos que nuestro
crecimiento se forja de tiempos fáciles y difíciles y que aquello que nos
hace bellos, nudosos y con una forma singular son las muchas lluvias y soles
que hemos vivido.
Si fuéramos árboles sabríamos que con los años
perdemos agilidad, pero ganamos en sombra, que aprendemos a cobijar a todo
transeúnte, sin hacer preguntar, sin pedir explicaciones.
Si fuéramos árboles seríamos el hogar de los
pájaros y los niños y de todos aquellos que aún se maravillan con el milagro
de la naturaleza.
Si fuéramos árboles sabríamos que estamos llenos de
semillas y que, al morir, nacemos en miles de troncos y follajes.
Si fuéramos árboles habríamos sido testigos silenciosos
de la historia humana y seguiríamos allí, nobles y majestuosos, esperando el
despertar de los seres humanos a la misión de luz que les cabe en el planeta.